México, Ciudad de México, 13 de octubre de 2017
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En la década del sesenta la sociedad mexicana fue referida como la de “Los Dos Méxicos”, en donde contrastaban uno moderno, industrializado y urbano, beneficiario de las grandes obras de infraestructura y materializado en la creciente clase media. El otro, eminentemente rural, marginado, carente sobre todo de esos beneficios de la modernidad.
Desafortunadamente, a poco más de cinco décadas, es posible retomar esa caracterización basada en la conectividad. De manera que en la actualidad se identifican dos tipos de mexicanos: conectados y desconectados.
En efecto, la realidad es que aún un segmento significativo de la población mexicana de 6 años en adelante (41 millones de mexicanos en 2016), se encuentra en condición de desconexión, de acuerdo con cifras de la Asociación de Internet.mx. Esto implica que 47% de los mexicanos cuentan con capacidades limitadas (dispositivo de acceso y conectividad) para la apropiación oportuna de contenidos informativos, culturales, educativos, productivos o bien de relacionamiento social.
El elemento aspiracional y derecho consagrado en el artículo sexto de nuestra Carta Magna es lograr que todos los mexicanos entremos a la clasificación de ser ciudadanos digitales. Sin embargo, ese diferencial adicional luce como el más difícil de conectar, por razones de falta de cobertura, habilidades/educación digital y de poder adquisitivo, entre otras causales.
Realizar un ejercicio de prospectiva sobre el futuro de la conectividad en los próximos cinco, diez o quince años puede resultar muy sencillo en primera instancia. Tomando en cuenta que los esfuerzos y mecanismos de política pública enfocados en la conectividad universal, así como la regulación para la gestación de competencia efectiva en el mercado de banda ancha, harán que el acceso a internet aumente entre la población en términos absolutos.
Lo que implica que, no importando el plazo, es de esperarse que exista un escenario favorable en la conectividad, tal que los niveles de adopción continuarán aumentando a un ritmo constante en el tiempo. Sin duda este entorno de conectividad detonará mayor bienestar social, desarrollo y crecimiento económico en términos absolutos, de manera similar a los resultados generados por el fenómeno de la revolución industrial en su momento.
Sin embargo, esto no implica que necesariamente se trate de un desarrollo incluyente o similar en términos relativos. Es decir que el acceso a internet por sí mismo no es la solución para reducir la brecha de conectividad que actualmente divide al país en “dos Méxicos” que difieren en el grado de alfabetización digital y en capacidad de acceso al cúmulo total de la oferta de servicios tecnológicos.
Actualmente nos encontramos en una fase de reconfiguración en que se conjuntan, por un lado, el rápido surgimiento de nuevas tecnologías y el crecimiento sostenido del mercado de las telecomunicaciones, y por el otro sustanciales reformas regulatorias. Esto es algo muy positivo, sin embargo, la pregunta permanece: ¿será que verdaderamente nos estamos apuntalando hacia la meta de la conectividad universal y equitativa para todos?
En términos relativos, se podría decir que en el mediano plazo (es decir que ya está en fase de gestación) encontraremos un escenario en el que por un lado habrá individuos hiperconectados que además de contar con una conexión permanente y ubicua a la red, indudablemente contarán el poder adquisitivo y los conocimientos necesarios para disfrutar a plenitud los beneficios que generan las tecnologías de la información y la comunicación (TIC). Este segmento de la población se vería beneficiado día con día por el internet de las cosas, las ciudades inteligentes, el almacenamiento en la nube, la conectividad móvil avanzada y en general, se encontraría siempre conectado, siguiendo las últimas tendencias tecnológicas.
Tenencia de Smartphones de Gama Alta y Tabletas por NSE
(Proporción de la población, %) |
Fuente: The Competitive Intelligence Unit
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Esta es una realidad que comienza a hacerse visible en las métricas de acceso a dispositivos y servicios de conectividad. Por ejemplo, a pesar de que la penetración de teléfonos inteligentes (Smartphone) entre líneas móviles asciende a una razón de 85.0% en la primera mitad de 2017, tal que en todos los segmentos de la población en términos de nivel socioeconómico (NSE) la mayoría cuenta con un dispositivo, aún se registra un elevado diferencial en el acceso a equipos de gama alta que cuentan con los elementos tecnológicos más avanzados y de aprovechamiento óptimo de la conectividad disponible.
Mientras que en NSE medio alto (C+) y altos (A/B) la adquisición de estos equipos alcanza a 4 de cada 10 poseedores, en la base de la pirámide (NSE bajos: D+/D/E) esta es una realidad para tan sólo 1 de cada 100 de los usuarios. Estos indicadores son similares en torno a la tenencia de tabletas, tal que la disparidad entre NSE A/B (66.3%) y D+/D/E (11.4%) es cuantiosa y equivalente a 54.9 puntos porcentuales (pp.). Una circunstancia análoga se podría comenzar a estar gestando en el acceso a otros dispositivos de conectividad (smartwatches, smart speakers, etc.) y servicios de conectividad de nueva generación (4G-LTE y próximas generaciones).
Estas diferencias son atribuibles en lo principal a una menor capacidad adquisitiva y una comprensión y habilitación limitada de los beneficios potenciales de la conectividad y los nuevos dispositivos tecnológicos. La base de la pirámide social es un grupo que, a pesar de integrarse cada vez más a una sociedad digital, no cuenta con los recursos, hábitos, habilidades y/o la formación adecuada para hacerse beneficiario efectivo de la derrama de bienestar generada por las TIC.
Es a partir de ello que es posible anticipar que los beneficios del México conectado no serán para todos. Si bien los niveles de conectividad permearán a una gran mayoría de la población, podríamos hablar también de una paradoja de la conectividad que implica un México conectado disfuncional, es decir uno en el que, a pesar de contar con una conexión a internet, será ajeno a las tendencias tecnológicas más recientes.
A pesar de que tenemos al frente grandes oportunidades para disminuir la brecha existente entre los dos Méxicos, el dotar con acceso a la red a una mayor proporción de la población no es suficiente. Así se reportase una tasa de conectividad equivalente a 90% de los habitantes del país, lo más importante es que cada una de estas conexiones sea efectiva y verdaderamente derive en mayores niveles relativos de bienestar social. No se trata únicamente de cantidad, sino también de calidad y capacidad equitativa.
Es decir, que lo verdaderamente fundamental no es que exista una mayoría conectada, sino que cada acceso a internet venga acompañado de nuevas oportunidades para los ciudadanos, así como se materialice una realidad más equitativa en la que sea identificado un solo país. Un sólo México hiperconectado.
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