by Héctor Medina Varalta
Una noche, un topo que tenía mutiladas las patas traseras se arrastraba mientras cavaba con dificultad las entrañas de la tierra. Cuando salía a la superficie, se esmeraba amontonando porciones de arena. Sin que el topo se diera cuenta, una luciérnaga lo observaba.
- ¿Qué haces?-, preguntó el insecto.
- Amontono porciones de tierra para que mañana jueguen mis hijos.
La luciérnaga, al apreciar los muñones de lo que antaño habían sido patas, miró al topo con desprecio.
- Pero, ¡si estás inválido!
- No lo estoy del todo. Perdí mis patas traseras cuando liberaba a un oso de una trampa que un cazador había dejado escondida; pero aunque mi eficiencia no es la misma, puedo seguir trabajando. De no ser por el oso, en el invierno mi actividad sería muy pesada. Pero ha sido tan agradecido que antes de invernar me surte de provisiones.
- Aun así, mutilado como estás, si fueses como yo te conformarías con irradiar tu luz, pues al ser visto por todo el reino animal la dicha se anidaría en tu corazón.
- No necesito brillar para ser feliz; amo mi trabajo y mi dicha más grande es ver jugar a mis hijos.
- Insisto-replicó la luciérnaga- en la oscuridad del anonimato no podrás llamar la atención del reino animal.
- ¿Qué importancia tiene ser visto por los demás?
- Mucha; imagínate, si todos te hubiesen visto salvar al oso serías un héroe y comprenderías lo placentero que son los halagos.
- ¿Y para qué son útiles los halagos?- preguntó el topo mientras empezaba a cavar otro agujero.
- Para brillar más.
- ¿Y para que brillar tanto?
- Para ser el centro de la atención.
- ¿Y por qué tanto empeño en ser el centro de la atención?
La luciérnaga no contestó, un sapo que la había estado acechando alargó la lengua y de un bocado se la comió.
Moraleja: vale más tener una vida larga en el anonimato, que morir en el breve destello de la fama”.
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