Un zapato de charol adornó durante varios meses el escaparate de una zapater El zapato, la pantufla y el huaraches para caballeros, pero como su par, por una razón u otra se extravió, el reluciente zapato fue a parar al basurero. Conforme pasaban los días, la lluvia, el lodo y los perros se encargaron de envejecerlo prematuramente.
Una noche, el camión recolector de basura dejó caer un huarache en medio de un montón de desperdicios. Al parecer lo habían tirado por la misma razón. Cuando el calzado de charol lo descubrió, empezó a burlarse.
- ¡Qué desgracia la mía, tener de vecino a un huarache de vaqueta!
El huarache no se atrevía a responder, se sentía tan opacado ante aquel zapato, que pese a la suciedad que cubría parte de su cuerpo, aún podía apreciarse lo fino que había sido.
La siguiente noche, el camión recolector dejó caer una pantufla rosa con incrustaciones de pedrería de fantasía.
- ¡Qué cruel me ha tratado el destino!-dijo para sí la pantufla- . Mi ama me botó porque Duque, su perro, hizo pedazos a mi hermana.
Como el zapato se sentía galán, la cortejó, corriendo con tan buena suerte que fue correspondido. Parte de esa noche, zapato y pantufla se jactaban de su origen.
- Mi ama me hacía pisar en el más fino mármol.
- Yo no tuve- dijo el zapato- dueño que me usara con frecuencia, pero los pies, que por algunos momentos calcé, me hicieron disfrutar de las caricias de una delicada alfombra.
- ¿Y tú, qué clase de piso has disfrutado.- preguntó la pantufla al huarache.
- Mi suela sólo se ha posado en este montón de basura.
- -¿Escuchaste?-repuso la pantufla al zapato-. No está bien que este huarache se siga rozando con nosotros.
- Es verdad, retírate que no somos de la misma clase social.
El huarache rodó por la pendiente de aquel montículo de basura. Se sentía muy desdichado porque no era posible cumplir su misión para lo que fue hecho, al menos que encontrase a su hermano.
- ¡Ah, si tuviera la fortuna de tener a mi lado a un huarache femenino, mi existencia sería menos pesada!
La siguiente mañana un pepenador con sus muletas hurgaba la basura. Cuando descubrió el zapato, aquel rostro curtido por el sol se iluminó con una sonrisa.
- Con una reparación y una buena limpieza quedará como nuevo. Pero, no es del número que calzo. ¡Qué lástima!
El zapato, aunque era del más fino charol regresó a la basura. En tanto, el pepenador al bajar la pendiente, con la punta de una de sus muletas puso al descubierto al humilde huarache de vaqueta.
- ¡Oh, pero si es nuevo y pertenece al pie derecho! Justo lo que necesito, pues desde que perdí el otro pie en un accidente no había podido conseguir ni una sandalia.
Con el corazón lleno de alegría, el inválido se quitó el desgastado zapato y se calzó el huarache.
- ¡Mira! ... ¡Qué suerte tiene la chusma!- exclamó la pantufla.
- Pero su dueño-respondió el zapato de charol- es vulgar; hasta le ha de oler el pie.
Cuando la pantufla descubrió al zapato desgastado que había tirado el pepenador, lanzó un grito:
- ¡Qué zapato tan horrible dejó el hombre de las muletas! ... ¡Y tiene desclavada la suela!
- Sí- le secundó el zapato de charol-; además está peor que el huarache, pues tiene un hoyo en la suela y carece de tapa.
- ¿Y qué decir de la agujeta?-dijo la pantufla mientras fruncía la nariz- Parece mecate de chiquero. Mira, la lengüeta está a punto de desprenderse y...
Las palabras de la pantufla fueron interrumpidas por unos ladridos. Un perro jugueteó con el zapato del inválido hasta hacerlo pedazos: había cumplido su misión hasta el último día. En cambio, el zapato de charol y la pantufla seguirán descargando la frustración de vivir sin servir, y aún más... ¡sin comprender que, tal vez acabarían por tener el mismo fin que aquel zapato viejo.
Moraleja: Los miserables buscan a otros más miserables para sentirse felices.
0 Comments:
Publicar un comentario