Por Héctor Medina Varalta
La madrugada del 4 de junio de 1896 en Detroit, Michigan, un ruido ensordecedor despierta a los habitantes de la avenida Bagley. De súbito, el cobertizo de carbón de donde proviene el alboroto se viene abajo; por el boquete sale un vehículo con cuatro neumáticos de bicicleta, un timbre en lugar de bocina y por volante una caña de timón. Aquellos desvelados vecinos fueron testigos del nacimiento del primer automóvil construido por Henry Ford.
Nace el genio de la mecánica
Henry Ford nació el 30 de junio de 1863, en Dearborn, Michigan. Su padre, un humilde campesino, hizo que el pequeño Henry, una vez terminada su educación primaria, se dedicara a trabajar en las duras actividades de la granja. Algo que cambió su vida, fue cuando transformó un montón de chatarra en herramienta. Ford solía decir: >>No tuve más juguetes que mis herramientas y fue con ellas con lo que jugué toda mi vida. De joven, el menor desecho de alguna máquina era para mí un verdadero tesoro>>.
Cuando tenía doce años de edad, vio por primera vez una locomotora. Para él ese acontecimiento fue memorable, pues a partir de ese día su mayor ambición fue construir una máquina rodante.
Obstáculos
A los diecisiete años de edad, Ford decidió trabajar de aprendiz de mecánico en la fábrica de Dry Dock. Esta actitud le ganó le hizo ganarse el enojo de su padre, pues este deseaba que siguiera la tradición familiar de granjero. Incluso, hasta le ofreció un pequeño pedazo de tierra, con la condición de que renunciara a sus malditas máquinas. Lo que su padre ignoraba es que Estados Unidos acababa de encontrar a uno de sus grandes industriales. En ese entonces, los expertos y especialistas estaban seguros de que el motor de nafta jamás podría reemplazar al vapor. Sin embargo, Ford pensaba diferente.
En 1896, Ford recorrió más de mil millas con su máquina, sin dejar de someterla a toda clase de pruebas y ensayos con vistas a mejorarla. Al final, vendió el vehículo en 200 dólares. Pero lejos de conformarse con aquel triunfo, Ford se empeñó en lograr una producción en masa de automóviles. En la Sociedad de Electricidad Edison, en la que después colaboró, le ofrecieron un puesto directivo que le permitiría acceder a las más altas esferas de la administración, acompañado por un jugoso aumento de salario. No obstante, había una condición: tendría que renunciar a sus investigaciones sobre el motor de nafta, para dedicarse de lleno a las aplicaciones prácticas de la energía eléctrica. La oferta era tentadora, pero la rechazó. Prefirió consagrase en cuerpo y alma a la construcción en gran escala de vehículos con motores de nafta. >>Había que vencer o morir>>, solía decir.
La renuncia
El 15 de agosto de 1899 Henry Ford presentó su renuncia a la Sociedad de Electricidad Edison. Los periódicos de ese entonces lo tildaban de loco, pues consideraban al automóvil un juguete para ricos. Pese a ese vaticinio, logra convencer a algunos hombres de negocios a lanzarse a la construcción de >>máquinas rodantes>>, y funda la Sociedad de Automóviles de Detroit. Pero Ford se siente insatisfecho, pues las ventas no pasan de seis a siete al año. En marzo de 1902, Ford presenta su renuncia como ingeniero en jefe. Refiriéndose a este punto, escribió: >>Renuncié y decidí a no volver aceptar jamás un puesto subalterno>>. En 1903 diseñó dos vehículos el >>999>> y el >>Flecha>>. Como tuvo éxito, fundó la Sociedad de Automóviles Ford, de la cual era vicepresidente, diseñador, jefe de mecánicos, jefe de taller y director general. Para el siguiente año, la Sociedad Ford vende mil 708 vehículos. En 1907, la Sociedad empleaba a cerca de dos mil personas y producía 6 mil 181 vehículos por año, que se vendían tanto en Estados Unidos como en Europa. La producción pronto alcanzó la cifra de cien vehículos por día. Pero Ford no estaba conforme. En un entrevista declaró: >>Cien autos por día es muy poco, espero que pronto multipliquemos esa cifra por diez>>.
No hay imposibles
En 1909, Ford se dedica a la producción del modelo >>T>>, que era único y además muy económico. Como en ese entonces había muy pocos caminos transitables, y además la nafta era muy escasa, Ford rebatió esas objeciones con esta frase: >>¡Los caminos no importan; el auto Ford los creará!<<. Al respecto, Napoleón Hill en su obra >>¡Piense y hágase rico!>>, narra que cuando el genio de la mecánica decidió fabricar su famoso motor V_8 con un dispositivo en el que fuesen fundidos los ocho cilindros en un bloque, al planteárselos a sus ingenieros para que diseñaran tal motor, estos le dijeron que eso era imposible. >>De todas formas, fabríquenlo, contestó Ford. Dedíquense a esa labor hasta que logren el éxito>>. Después de innumerables intentos, aquellos ingenieros le informaron que no había forma, humanamente posible de llevar a cabo sus deseos. >>Aun así-replicó Ford-, les ruego que prosigan con sus esfuerzos. Quiero ese bloque y lo conseguiré. Hill escribe que los ingenieros al obedecerle, >>como respondiendo a un golpe de varita mágica, descubrieron el secreto. ¡La fuerte determinación de Ford había vencido una vez más!>>.
Muerte de Ford
En 1947, el genio de la mecánica fallece archimillonario. Sin embargo la compañía Ford no dejó de crecer. En 1960 se consideraba la segunda empresa más grande del mundo. En 1970, ¡contaba con 432 mil empleados y tenía una masa salarial de 3 mil 500 millones de dólares.
“Ignorante pacifista”
Durante la Primera Guerra Mundial, un periódico de Chicago publicó ciertos artículos en los que, otras manifestaciones, se tildaba a Henry Ford de “ignorante pacifista”. Ford se indignó y denunció al periódico por difamación. Cuando se celebró el juicio ante los tribunales, los abogados del periódico exigieron una justificación y colocaron a Ford en el estrado de los acusados con el objetivo objeto de demostrar al jurado que era un ignorante (…) Ford se vio abrumado por preguntas tales como: >> ¿quién fue Benedic Arnold?>> >> ¿Cuántos hombres enviaron los británicos a América para aplacar la rebelión de 1776?>>. En respuesta a esta última pregunta, Ford replicó: >>No sé con exactitud el número de soldados que enviaron los ingleses, pero he oído decir que fue un número mucho mayor que el que regresó a su patria>>. Finalmente, Ford, cansado de aquel interrogatorio y contestando a una pregunta ofensiva, se inclinó sobre el estrado y señaló con un dedo al abogado que había hecho la pregunta, declarando: “Si realmente deseara contestar a la estupidez que usted acaba de formular y a las demás preguntas, permítame recordarle que sobre mi mesa de despacho tengo una larga fila de botones y puedo llamar en el acto a mis ayudantes que inmediatamente contestarán a cualquier pregunta relacionada con mi negocio. Ahora, ¿sería usted tan amable de decirme para qué voy a atiborrar mi cerebro de conocimientos generales con el propósito de contestar preguntas, cuando tengo a mi alrededor personajes que pueden suministrarme cualquier conocimiento que necesite?” Aquella pregunta hizo enmudecer al abogado. Los ahí presentes se dieron cuenta que la respuesta no era la de un hombre ignorante.
¡Piense y hágase rico!; Napoleón Hill.
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