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Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
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Somos pensamiento, pero no ideología, por eso reivindico una movilidad libre en las ideas, para descomponer las absurdas ideologías que nos encandilan, a pesar de que nos impiden reflexionar libremente. Se corre el riego de hacer del ciudadano un seguidor de una actitud ideológica en lugar de un ciudadano abierto al mundo. Son precisamente estos modos rígidos y cerrados, los que desencadenan incomprensiones, activando la desunión en un mundo global. Estos ideólogos son hostiles y desleales, son personas contaminadas por la soberbia, manchadas por la contrariedad y poco transparentes. De ahí la invitación concluyente a pensar y a repensar por una ciudadanía más integrada e integradora, sabiendo que cada uno de nosotros tiene el poder y la responsabilidad de ayudar en la creación de un mundo más humanizado. Según Naciones Unidas, más de cien millones de personas necesitan en estos momentos asistencia humanitaria para sobrevivir. En consecuencia, debemos alentarnos unos a otros, despojados de toda clave ideológica, y así, poder solidarizándonos con las gentes más vulnerables como auténticas familias. La misma dignidad humana no es sólo garantizada por las instituciones públicas, sino que comienza por la experiencia de sentirnos amados, de crecer junto a corrientes libres de intereses.
Los acontecimientos actuales, de un mundo tan convulso como corrompido, nos hace requerir al retorno del pensamiento mismo de cada cual, o sea, a la plena verdad injertada en la conciencia de toda vida, y por ende, de toda cultura. La ideologías impuestas son absurdas, aparte de generar una falsa conciencia, que acaban por degradarlo todo a su antojo, desde el medio ambiente a sus moradores, despojan al individuo de su libertad, adoctrinándolo a su capricho como una masa manipulable. Por ello, en un contexto como el actual, es necesario un atento discernimiento y un constante meditar para huir de cualquier pensamiento débil, uniforme y homogéneo. Ciertamente, sin pensamiento y sin libertad, dejamos de ser personas para ser masa, y hasta los pueblos con sus identidades dejan de serlo para convertirse en aglomeración. Por consiguiente, no nos dejemos robar nuestro propio espíritu pensante, somos como somos, y el pensamiento no se impone. Cada cual propone el suyo, sea hombre o mujer, y desde esa complementariedad de géneros, es como ha de remarcarse el bien colectivo, que no es una suma de intereses ideológicos, sino un pasar de lo que es bueno para mí, es bueno para todos, es decir, para ese pueblo y para esa humanidad de metas comunes y de valores compartidos.
La mundialización, la actividad humana, la misma acción ciudadana, se ha convertido en el principal factor de cambio, Nada nos es ajeno, ni nadie. Bajo este techo de pluralidad, ni que decir tiene que hay que desterrar toda exclusión, mediante el respeto más escrupuloso hacia la ciudadanía y el intercambio de reflexiones más genuino. Desde luego, dadas las múltiples fracturas que padecemos, lo que se precisa es dar rienda suelda a este potencial pensativo, que todos llevamos consigo a través de la mente, y que desempeña un papel irremplazable para recapacitar alrededor de un mundo heterogéneo, pero un mundo apasionante. Siempre es oportuno actuar en pos de la dignidad humana y de los espacios armónicos. Al fin y al cabo, la verdad no está de parte de quien vocifere más, sino de quien medite hondamente y se exprese mejor. Pensemos en esto. Todavía pensar está libre de tributos, menos mal.
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