Por Héctor Medina Varalta
En el charco de agua de una porqueriza habitaban muchas gotitas, siempre habían vivido ahí. Por tal razón no les quedaba más remedio que soportar el mal olor de los cerdos. Un día, una gotita, llamada Peregrina, escuchó la conversación de dos pájaros. Ellos aseguraban que muy lejos de ese lugar existía un charco de agua tan limpio y tan enorme que ninguna ave podría cruzarlo. Peregrina quedó tan impresionada que se prometió que tarde o temprano lo buscaría para vivir en él. Pero cuando se atrevió a relatar su anhelo a las demás gotitas, ellas la asustaron.
- ¡Ni se te ocurra pensar en salir de este charco, que aunque sucio y maloliente, prolonga nuestra existencia, porque gracias a que los hombres que constantemente asean esta porqueriza, nuestro charco no se seca!
Y Peregrina por mucho tiempo les hizo caso, sólo de vez en cuando suspiraba al recordar la conversación de aquellos pájaros.
Una tarde, en la que había caído una fuerte tormenta, Peregrina vio pasar una corriente de agua que casi rozó el charquito. Como el lugar donde vivían las gotitas, tenía tejabanes, el agua no lo salpicaba. Así, que sin pensarlo dos veces y para disgusto de sus compañeras, saltó con la esperanza de ser llevada hasta el inmenso charco del que había oído mencionar. La corriente la llevó al interior del drenaje, fueron días muy angustiosos. Sin embargo, una noche ella Salió por el tubo del desagüe para caer en la arena, formando un nuevo charco. Peregrina con la idea fija en su mente de encontrar su objetivo, trató de apartarse, pero sus recientes vecinas le advirtieron:
- No tarda en amanecer, si te separas de nosotras de seguro morirás, porque el charco que buscas está rodeado d un extenso desierto. No seas tonta, Peregrina, mira, quédate, si lo haces vivirás.
Peregrina no hizo caso. Esa noche siguió resbalando por la arena, hasta que casi desfallecida recargó su cuerpo en un guijarro. Cuando la aurora aparecía en el horizonte, se deleitó por lo que sus ojos vieron: las palmeras, el cielo, el vuelo de las gaviotas y la arena de tenues reflejos. Sin embargo, su alegría duró poco. La sombra del guijarro que le había dado cobijo se retiró y ella empezó a secarse.
- ¡Ay de mí! ¡Haber venido desde tan lejos tan sólo para morir!
De pronto una ronca voz la hizo sobresaltar: “Peregrina, hermana mía. Tú como gota no puedes hacer casi nada, pero como recompensa a tu tenacidad, te invito a fundirte en mí”.
Peregrina volteó a todos lados tratando de localizar al dueño de aquella estrepitosa voz.
- ¿Quién eres?, preguntó ella.
- ¡Yo soy el que buscas..., el inmenso charco de agua en el que tanto anhelas vivir!
Entonces dos olas aparecieron por encima de un montículo de arena tomando la forma de extremidades humanas, y como cuando alguien tiene sed y une sus manos para tomar agua de un manantial; las olas unieron sus “palmas”, invitando a Peregrina a entrar en ellas.
- ¡Tengo miedo, mucho miedo!
- No deseches lo que no conoces, Peregrina.
Peregrina contempló aquellas manos tan transparentes y mencionó: “Tienes razón, tus manos son muy claras y huelen muy bonito. A la una, a las dos y a las treeeees.”
Peregrina brincó en aquellas manos. En ese momento, las gaviotas graznaron de alegría, pues habían sido testigos de cómo la gotita Peregrina había pasado a ser mar.
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