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Depresión y genialidad

Segunda parte
La depresión en la literatura
Por HƩctor Medina Varalta


 Sylvia Plath, tenĆ­a belleza, amor e inteligencia: la poetisa norteamericana se destacó por su brillantez intelectual y por su carĆ”cter chispeante desde su mĆ”s tierna juventud. Sin embargo, la depresión endĆ©mica de su familia paterna-que cobró en ella una mĆ”s de sus vĆ­ctimas-, terminó con su vida y la convirtió en uno de los Ć­conos mĆ”s apreciados de la literatura contemporĆ”nea. Sylvia Plath nació en Boston Massachusetts, el 27 de octubre de 1932. Hija mayor de un  entomólogo alemĆ”n especializado en el estudio de las abejas y de una profesora de enseƱanza secundaria, quedó huĆ©rfana de padre a los ocho aƱos cuando este murió por las complicaciones de una diabetes mal cuidada. Los abuelos maternos se mudaron con la familia para ayudarla en la crianza de los niƱos cuando la viuda retomara su empleo como maestra. La literata descubrió tempranamente su vocación literaria. Ya a comienzos de la dĆ©cada de los aƱos 50, durante sus primeros aƱos en la Universidad de Smith, una prestigiosa institución para seƱoritas de la alta sociedad, habĆ­a descubierto su vocación literaria.
La campana de cristal
En dicha universidad obtuvo varios premios, pero luego de tres años de trabajo febril, sufrió su primer colapso. Fue diagnosticada con depresión bipolar y tratada con electroshock como paciente ambulatoria. En agosto de 1953 intentó suicidarse por primera vez con una sobredosis de tranquilizantes, pero después de seis meses en una clínica privada para enfermos mentales, regresó a clases, aunque nunca se recuperó del todo. Luego de graduarse con el grado de summa cum laude, en 1955, ingresó a la Universidad de Cambridge con una beca fulbright. Conoció en aquel campo al poeta Ted Hughes, con quien comenzó un apasionado romance. La pareja contrajo matrimonio en 1956 en la Ciudad de Londres. Posteriormente se trasladaron a Boston y comenzaron una relación marcada por el tormento y las reconciliaciones. Sylvia Plath reanudó la psicoterapia que había comenzado luego de su primera crisis, y para contribuir al sustento del hogar, trabajó ademÔs como secretaria en el Departamento de Psiquiatría del Hospital General de Massachusetts, transcribiendo testimonios de pacientes que frecuentemente incluían el relato de sus sueños.
Precursora de la literatura feminista
Lo anterior le sirvió luego como valioso material para sus textos, cuando Plath retomó su carrera. En la dĆ©cada de los aƱos 60, sus poemas empezaron a explorar en forma creciente el paisaje mental de su psiquis atormentada bajo la sombra de un padre ausente y de una madre con la cual habĆ­a establecido una dependencia llena de resentimientos. Una preocupación obsesiva por la muerte y la resurrección recorre su novela “La campana de cristal” poblada de una tristeza y un cinismo que predominan tambiĆ©n en “El coloso,” su primera antologĆ­a. Junto con esta novela, aquellos textos la posicionaron como una de las escritoras norteamericanas mĆ”s importantes de la historia. La mezcla de cómico desprecio de sĆ­ misma y de una furia incontrolable, pues, Hughes le fue infiel, la hicieron precursora de la literatura feminista que surgió posteriormente, en la dĆ©cada del 60 y del 70.
El suicidio de Sylvia Plath
Plath retornó a Londres con sus hijos, Frieda y Nicholas. Alquiló un piso donde había vivido W. B. Yeats; esto le encantaba a Plath y lo consideró un buen presagio cuando comenzaba el proceso de su separación. El invierno de 1962/1963 fue muy duro. El 11 de febrero de 1963, enferma y con poco dinero, Plath se suicidó asfixiÔndose con gas. EstÔ enterrada en el cementerio de Heptonstall, West Yorkshire. Con la obtención del Premio Pulitzer, que le fue otorgado en forma póstuma en 1982, Sylvia Plath se consagró como una autora que no expresaba solo ideales feministas, ni que era preferida exclusivamente por las mujeres. Al hablar de los problemas reales de la cultura contemporÔnea en esta era de conflictos generacionales, de familias divididas y de profundas desigualdades sociales, su obra tiene el valor de interpretar toda una época y de conmover al lector actual, independientemente de su género. Con un estilo directo y sin miramientos, Sylvia Plath emite fuertes quejas de la traición y del autoritarismo. Sus poemas revelan su trÔgicamente herida personalidad, cuya expresión literaria deja ver un espíritu nihilista y escéptico, cuyo único refugio digno es el de la muerte.
Locura y genialidad



Citando una vez mĆ”s a Brenot: “Si bien el genio estĆ” emparentado con la locura, tambiĆ©n lo estĆ” con la infancia. El genio suele manifestarse muy temprano, y algunos han querido ver en esta precocidad el sello de la predestinación. El genio es un niƱo grande: se observa que los seres excepcionales conservan en la edad adulta la frescura lĆŗdica de la infancia, su espontaneidad, su creatividad y su enorme curiosidad que innova e inventa el mundo a cada instante, tal y como se complace en recordar Germain Nouveau en Doctrine de l´amour: >> A veces el genio es la palabra de un niƱo>> ¿Acaso estĆ” hecho el genio de la ingenuidad creativa del niƱo y la experiencia vivida del adulto? Ciertamente eso no basta, ya que no todos los niƱos retrasados son genios; en la mayorĆ­a de los casos son inmaduros, estĆ”n inadaptados y desorientados en un mundo que acepta mal la diferencia”. 
Si no matara animales me suicidarĆ­a
Guadalupe Loaeza, autora de la Puerta falsa, escribe: Ernest Hemingway (1899-1961) es uno de los escritores del siglo XX que cuenta con muchas facetas, curiosamente, todas contradictorias entre sĆ­. Fue el gran novelista el renovador de la prosa narrativa y periodĆ­stica en inglĆ©s. Fue gran amigo de las causas sociales y a la vez un hombre que pagaba con ingratitud a sus benefactores. Hemingway era paternalista y buen camarada, pero al mismo tiempo era irascible y rencoroso. Le gustaba la soledad. Era fotogĆ©nico. Le gustaban los gatos y los perros, pero era incapaz de decir frases como la siguiente: “Cazo y pesco porque me gusta matar, porque si no matara animales me suicidarĆ­a”. QuerĆ­a a EspaƱa con toda su alma, pero tambiĆ©n a Cuba. Dicen que no le gustaba ser efectivista, pero colgó su medalla del Premio Nobel en el manto de Nuestra SeƱora de la Caridad del Cobre, para ganarse la simpatĆ­a de los lectores católicos de Cuba. Los personajes de Hemingway se enaltecen porque se enfrenta a las adversidades con el rostro que se presenten: en forma de león durante un safari, de tiburón a mitad del mar. No hay que olvidar que durante aƱos, la causa de su muerte fue guardada celosamente por su viuda Mary. (…)
Los electroshocks eran inĆŗtiles
Lo peor vendrĆ­a a partir de 1960. El carĆ”cter del escritor cambiarĆ­a drĆ”sticamente, como dice Fernanda Piviano: se volvió irritable y paranoico: pensaba que el FBI lo seguĆ­a. TambiĆ©n comenzó a tener pesadillas angustiantes e insomnio. HabĆ­a dejado de beber, pero se encontraba de mal humor. Por si fuera poco, su vista comenzó a debilitarse. Finalmente, decidió internarse en una clĆ­nica de Minnesota con el nombre falso de George Xaviers. AhĆ­ le descubrieron diabetes, presión alta, sentimiento de culpa y delirio de persecución. Aunque se trató de mantener el secreto, los medios se enteraron y empezaron a asediarlo. Quiso regresar a Ketchum, el pueblo donde estaba viviendo luego de dejar Cuba, pero la soledad no le hizo bien y nuevamente fue internado, en la clĆ­nica lo mantuvieron en una habitación vigilada sin telĆ©fono ni mĆ”quina de escribir. Hemingway no querĆ­a estar ahĆ­. Los electroshocks que le aplicaban eran inĆŗtiles y no solucionaban sus manĆ­as. Luego de mucho insistir fue dado de alta y regresó a su casa en Ketchum, a donde llegó luego de cuatro dĆ­as en carro. Llegaron el 30 de junio de 1961.  
¿QuiĆ©n de nosotros estĆ” libre de sufrir?  
Mary dijo que había puesto las escopetas bajo llave, pero las llaves estaban a mano en la cocina. El primero de julio transcurrió relativamente tranquilo, aunque Hemingway se encontraba muy nervioso por el FBI. En la noche se acordó de una vieja canción italiana y la cantó con Mary. Parecía mÔs calmado y menos tenso. Al otro día, Hemingway tomó las llaves de la cocina, buscó una escopeta y se disparó. Los tres hijos del novelista llegaron a velarlo y, cuando se saludaron, se dieron cuenta que se habían visto en 1941, cuando su padre los llevó a Montana. Al entierro llegó tanta gente que solo se pudo entrar con invitación.
De acuerdo a Jessica Wolf, en su libro Superando el duelo despuĆ©s de un suicidio. Las experiencias de los que se quedan, comenta: “El suicidólogo y tanatólogo estadounidense Edwin Shneidman (1982), quien acuñó conceptos como el de suicidologĆ­a y otros como el de autopsia psicológica y posvención, propone una-a mi parecer- sencilla pero efectiva reflexión sobre el tema del suicidio: ‘De la misma manera que existe un umbral para el dolor fĆ­sico, el cual varĆ­a de una persona a otra e incluso en la misma persona a lo largo de su vida, existe un umbral para el dolor para el dolor psĆ­quico o emocional. Con ello, Shneidman quiere decir que si el dolor emocional de alguien se acerca en un momento particular de su vida, al umbral, la persona puede llegar a considerar el suicidio como una alternativa de alivio o salida de dicho dolor. El autor se aleja de las ideas que buscan explicar el suicidio sobre bases biológicas y genĆ©ticas, para dar paso al dolor como explicación comĆŗn a todos estos actos. Esto es revolucionario porque no estigmatiza a quien lo intenta o lo lleva a cabo y permite a los demĆ”s a hacer una lectura mucho mĆ”s compasiva del suicidio. ¿QuiĆ©n de nosotros estĆ” libre de sufrir del dolor en esta vida? NADIE. ¿Puede este dolor llegar a tocar nuestro umbral? SĆ­, en muchas ocasiones. Desde esta mirada, el suicidio se considera como resultante de una crisis emocional intensa

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