No es el amor, ni el tiempo, ni la música lo que recorre la poesía de Catalina Ramírez, como una serpiente salomónica, es la otredad de la que nos habló Paz, la agonía cambiante que atenazó a Pizarnik, el ansia de verdad que devela a los poetas verdaderos y los lleva a indagar a los extremos, en la raíces de los cielos y en las múltiples ramas de la tierra.
Katalina Ramírez, volando, nos aterriza, y nos vuelca en esa paradoja volcánica y lingüística que fue Malintzin, o como la nombro Hernán Cortes, doña Marina.
“Se trata de visibilizar este idioma y recatar nuestras raíces y va de la mano el por qué escribir sobre este personaje, con la intención de visibilizar a las mujeres, siempre me ha gustado leer biografías de mujeres, porque la historia ha sido escrita, contada y protagonizada por hombres y para mí es importante rescatar estos personajes femeninos que si bien yo no hago historia como tal, estoy retomando un personaje y de alguna forma dándole vida”.
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