Desde que se empezó a implementar la reforma energética, un tema que en general ha brillado por su ausencia es el de infraestructura —energética y no energética. Poco se ha estudiado sobre la enorme demanda de infraestructura que el nuevo modelo energético implica y los efectos positivos de empleo y desarrollo que esto conlleva. Queda aún menos claro qué hacer para facilitar su desarrollo.
La semana pasada, el foro de shale organizado en Tamaulipas por la Secretaría de Energía marcó un parteaguas en el tema. En muchos paneles y a través de muchas voces, quedó claro que, para desbloquear el potencial de lutitas (shale) mexicano, la clave es tantas veces geológica como de infraestructura y logística. También quedó claro que el esfuerzo vale la pena: su potencial es francamente transformador para regiones como Tamaulipas.
Sigue pendiente determinar cuál va a ser el modelo de desarrollo que se emplee. ¿Será el Estado el que asuma la obligación de llevar a cabo el desarrollo de infraestructura por completo? ¿O será el mercado el que, respondiendo a señales de demanda bajo un estado de derecho, desarrolle la infraestructura necesaria? Puede sonar a reflexión filosófica, pero es crucial –no sólo para el futuro del shale, sino para el propio modelo energético del país.
Por lo pronto, hay que celebrar que hubo un gran salto hacia adelante en la conversación de shales. Las cosas se empiezan a encarrilar.
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