Primera parte
Por Héctor Medina Varalta
Guadalajara, Jalisco, noviembre de 2022. La organización mundial de la Salud OMS estima que en el mundo 1 de cada 5 mujeres en algún momento de su vida se ha visto forzada a tener relaciones sexuales contra de su voluntad. La violencia basada en género es un concepto que engloba diversas manifestaciones: incesto, abuso sexual, violación, hostigamiento sexual y prostitución forzada. La violencia contra la mujer está presente en todas las culturas del mundo y en todos los estratos sociales, dado que las mismas pautas y creencias socio-culturales que niegan la igualdad de derechos con el hombre la hacen más vulnerable al maltrato físico, psicológico y a la violencia sexual.
Misoginia
Históricamente la violencia se ha intentado explicar como un problema de naturaleza sexual en el cual el hombre satisfacía impulsos irrefrenables. Recientemente se ha comenzado a analizar como un fenómeno que atenta contra la integridad psicofísica de la mujer, considerándola como la manifestación extrema de la desvalorización y discriminación de las mujeres y de la falta de respeto por sus derechos humanos. En esencia es un acto en el que se impone una relación de poder desigual entre hombre y mujer producto de una socialización diferenciada que considera a la mujer un ser inferior, más débil que el otro. La sociedad aborda los casos con conceptos estereotipados basados en una imagen desvalorizada de lo femenino. Expresiones como ¡seguro que le gustó!, ella lo provocó, es muy coqueta, la carne es débil. Esos patrones socioculturales operan en la lógica de las mujeres quienes intentan justificar culpándose por el hecho ¿cómo no lo vi antes? ¿Por qué no me defendí?, debí tener más cuidado. Esta confusión agrega sentimientos de culpa a lo traumático del hecho, además de vergüenza y autocastigo, el estigma cultural que recae sobre ellas determina que las denuncias sean mínimas. Además de las lesiones físicas que pudiera dejar el hecho, ocasiona múltiples trastornos a nivel psicológico que interfieren en el desarrollo de su vida.
Enfrentamiento brutal del duelo
Son muchos los casos en que la madre o cualquier testigo cercano actúan como si… “aquí no pasó nada” y así transcurren los años en que parece que no pasó nada, esa mentira tan sutilmente tratada se convierte en mecanismo de defensa para no enfrentarse a la realidad tan dolorosa en la que se tienen que hacer cambios que el ego se resiste. En el abuso sexual y en el incesto hay una pérdida de la inocencia y de la credibilidad del niño, por lo que es muy fácil que el pequeño acepte el engaño y queda tan vulnerable de tal manera que en su vida continúen las cadenas de abuso de toda índole. Posteriormente cuando viene la conciencia de la realidad en la adolescencia o la juventud se presenta el enfrentamiento brutal del duelo y entonces el trauma viene aplastando los efectos del consiente, es entonces que se presentan las oportunidades: la más terapéutica y que solo se da con ayuda profesional es: encontrar sentido al dolor, o la más dolorosa quedarse con las heridas abiertas en duelo permanente, envenenándose con el resentimiento y desplazando el coraje en cualquier dirección. En esta confusión no se dan cuenta que en la vida el dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional.
En cuanto a los cómplices
Pero qué pasa con el cómplice silencioso que está tapando la ofensa sexual de quien actuó con alevosía y ventaja. Con el tiempo la afectada siente más coraje con el cómplice que con el agresor que en muchos casos son los propios padres. La justificación posterior del cómplice es: “que se termina la familia”, “pobrecito, está enfermo”, “es que es hombre”, “es que estaba borracho”, entre otras excusas absurdas que no son concebibles a través de la ética o de la moral más simple; el abuso sexual, la violación o el incesto son una transgresión a la ley, por lo que el abusador y el cómplice son dos personajes en el delito que tienen que ser contemplados.
Indiferencia
Queda claro que, cuando alguien permite que algún miembro de la familia agrede a otro, asumiendo una actitud pasiva, está siendo cómplice de un delito, es el caso de cantidad de madres de menores abusados en su propio hogar. En muchos casos las autoridades también resultan cómplices de los agresores sexuales. “En una ocasión-asegura Chávez-tuve la oportunidad de platicar con un Ministerio Público mujer, encargada del área de delitos sexuales y le comenté: “-qué trabajo tan difícil el tuyo”.
- “Para nada”- me respondió. -
-“¿Cómo no?, recibir a las niñas y los niños que llegan con todo el estrés postraumático de la agresión sexual”.
-“Contestó riéndose - ¡Si llegan encantadas, felices! –
-“¿Me estás bromeando? le pregunté.
- “¡No! Fue su respuesta.
“Me dieron ganas de darle un golpe, doble agresión para la victima con estas autoridades tan insensibles y faltos de Ética”.
Tiempos modernos
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