Segunda parte
Por Héctor Medina Varalta
Si lo que yo siento se pudiera distribuir en la especie
humana, no habría un rostro feliz en la faz de la Tierra.
Abraham Lincoln
El diez por ciento de la población o en las sociedades industrializadas se ve afectada por depresiones o manías lo suficientemente importantes como para deba cometerse a medicación con fármacos. Desde luego, no hay que confundir la tristeza o la euforia que todos sentimos alguna vez por motivos concretos y justificados, con la enfermedad de la depresión o la manía, las cuales se caracterizan porque la euforia y la tristeza desaparecen sin causa alguna (o con una causa menor), porque tienen una causa menor), porque tienen una duración excesivamente larga y porque son de una intensidad desproporcionada.
Los síntomas
La depresión es una sensación de tristeza intensa que aparece sin causa alguna o por una causa que no justifica su intensidad, que se prolonga por varios meses y que no se alivia con la ayuda emocional habitual de la familia o los amigos. Por otra parte, la manía es una sensación de euforia intensa que aparece sin causa o por alguna causa que no justifica la intensidad de la alegría y que se acompaña de una actividad física desproporcionada, frenéticamente entusiasta o incluso agresiva. Los trastornos unipolares son los que sufren las personas que tienen depresión o manía de una forma repetida y recurrente. Los trastornos bipolares son las personas que sufren fases de depresión alternando con fases de manía.
Pierrot, un periodista depresivo
La Bohemia de la Muerte, escrita por Julio Sesto, allá en la década de los años 30 del siglo pasado; es una biografía y anecdotario pintoresco de cien mexicanos célebres en el arte, muertos en la pobreza, el abandono y la depresión, es un estudio critico de sus obras. Sesto menciona en primer lugar a Pedro Escalante Palma, mejor conocido por el mote de Pierrot: “En la calle del Águila había un poste. Y en este poste había una cruz. Y bajo la cruz un letrero que decía: “AQUÍ MURIÓ PIERROT”. La leyenda literalmente traducida, quería decir esto: ¡Qué barbaridad!... ¡Aquí murió Pierrot… y no hubo quien lo viera, quien lo auxiliara!...
Así murió Pierrot
“Pierrot salió tambaleándose de la imprenta de don Eusebio Sánchez, (que se encontraba donde se encuentra hoy el Teatro Lírico); Pierrot salió tambaleándose: atravesó la calle haciendo eses y, al poner el pie en la acera, no pudiéndose sostener, se abrazó del poste… ¡y allí se quedó!... Las convulsiones de la congestión alcohólica hicieron que Pierrot se agarrara con pies y manos del poste amigo, entre mortales crispaduras y funambulescos estertores de agonía, quedando el trágico despojo, al enfriarse, hecho un ovillo al pie del palo simbólico, que parecía la cruz múltiple de Pierrot, con aquellas crucetas llenas de alambres. Así murió Pierrot (…) Los periodistas ya no encontraron a Pierrot abrazado del poste: ya lo hallaron en la plancha del Hospital Juárez, gracias al aviso que dio uno de los médicos que iban a practicar la autopsia. Pierrot estaba tranquilo en la plancha. Sonreía indiferente, como diciendo: “¡Que me abran la cabeza! ¡Que me abran… para que vean lo que había dentro… la fulguración sardónica que llevaban mis artículos!... ¡Y que me abran el pecho y examinen los vasos, que me abran todo, para que vean la cantidad de alcohol que he ingerido, que estará patente en la sustancia lechosa de mis arterias!... ¡Qué me abran!... ¡Curiosos!...¡De cualquier manera no han de sorprender mi secreto de escribir.
Testimonio de Rod Steiger
El poste desapareció ya de la calle del Águila, como desapareció el nombre de la calle, que actualmente lleva el de la República de Cuba. La cruz habría sido quemada con el poste podrido, y el nombre de Pierrot allí pintado también ardería, perdiéndose todo en el éter, y purificándose el espíritu de Pierrot en el fuego.” Este actor fue un ícono hollywoodense de los años 50, cuyos personajes oscuros, contenidos y de gran complejidad emocional constituyen un clásico aun hoy en día. Era un hombre bajo, grueso y de mirada penetrante que reflejaba una profunda turbulencia interior por la cual se sumió en una grave depresión de una década. Se casó en cinco oportunidades y se divorció cuatro veces. “Desgraciadamente, trabajé más duro en mi vida en mi vida profesional que en mi vida personal. Estaba tan involucrado en el desafío de la creación, que presté poca atención a las personas que estaban a mi alrededor”-confesó alguna vez.
La depresión debe ser tratada con fármacos
Quizá por ello es que, en la década de los 70 comenzaron los tropiezos. El primero de ellos fue una intervención cardiaca, seguida por una depresión por la cual estuvo cerca de quitarse la vida. “Me parecía estar dentro de un gigantesco recipiente de una sustancia gelatinosa y repulsiva”,-explicó una vez. “Cuando estás deprimido, no existe el calendario. No hay fechas, ni día ni noche, ni segundos ni minutos: no hay nada. Solo existes en medio de esta atmósfera fría y pesada, como si te hubiesen metido en un frasco de mercurio. No se trata de que tu mente esté en blanco; al contrario, cuando estás deprimido, tu mente te golpea a muerte con pensamientos incesantes que nunca se detienen”. Rod, descuidó su apariencia y sus rutinas cotidianas: “No me bañaba, no me rasuraba, no me cepillaba los dientes: no me importaba. Sólo me quedaba algo de apetito, aunque no mucho. Sentí lástima por mí mismo. Pero después sentía que ni siquiera merecía compasión, y me rendí aún más en un profundo pozo negro.
Valentía o egoísmo
Afortunadamente, para el actor contaba con abundantes recursos económicos por sus éxitos cinematográficos. “Tuve suerte y suficiente dinero en el banco para buscar un buen especialista. ¿Cómo pueden las personas como yo levantarse para ir al trabajo en una oficina o en un garaje de nueve a seis sólo porque deben pagar las cuentas? Ante aquellas personas me pongo de pie.” Sin embargo, cuando aparecieron pensamientos suicidas, Steiger tomó precauciones. Tenía en casa un rifle calibre 22 que entregó a un amigo, pues conocía demasiadas historias de suicidio y depresión. No sirvió de mucho, pues los pensamientos autodestructivos se intensificaron e imaginó cómo podía quitarse la vida. “Se me ocurrió utilizar un bote para morir en forma limpia y no dejar sangre esparcida. Era verdaderamente irónico: no quería dejar a mi gato manchado de sangre”. Llevaría un arma en la embarcación, la pondría en su boca y se volaría los sesos en medio del agua para no dejar rastros. Solo lo detuvo la sonrisa de sus hijos. Y en algún rincón de su mente, recordó también un comentario acerca del egoísmo que implicaba el acto de suicidarse.
No se pierda el desenlace de esta historia en el siguiente número.
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