viernes, 22 de noviembre de 2019

Entrevista a Woody Allen: «El puritanismo puede llegar a convertirse en algo peligroso»


El cineasta neoyorquino estrena en Europa, a pesar de la lucha con Amazon, la cinta «Un día de lluvia en Nueva York», otra comedia romántica de esas que se quedan en la garganta. El cineasta neoyorquino estrena en Europa, a pesar de la lucha con Amazon, la cinta «Un día de lluvia en Nueva York», otra comedia romántica de esas que se quedan en la garganta. Después de una espera que se aproxima a las dos horas de reloj, Woody Allen entra con semblante afectuoso y se desploma en el sofá de una de las suites de lujo del Hotel María Cristina visiblemente derrotado mientras deja caer con delicadeza sobre los mullidos cojines que lo rodean unas manos de lúcido dormilón que no han dejado de agarrarse a la cámara desde 1968. El cineasta neoyorquino llega a los 83 años con una nueva película, «Un día de lluvia en Nueva York» a punto de estrenarse, y un salvaje torbellino de polémica (que parece prolongarse en el tiempo) sobre los supuestos abusos sexuales cometidos hacia su hija adoptiva Dylan Farrow salpicando su presunción de inocencia. A pesar de la ausencia de condena por parte de la justicia y la probación inexistente de los hechos, más allá de la propia palabra de Farrow, al creador de «Delitos y faltas», –aunque un juez haya confirmado que no ha cometido ninguna–, le está pasando factura su silencio. Repudiado por parte de la industria y denostado por Amazon, la compañía que iba a encargarse de la distribución de su película como consecuencia de unas manifestaciones públicas «inadecuadas» sobre el movimiento del «MeToo», este judío con complejo tardío de Bud Powell sigue encontrando en la belleza del arte el refugio más efectivo contra la lluvia.

–¿Qué le sobra a Nueva York como escenario cinematográfico y qué le falta como ciudad habitable?

–Yo vivo en Nueva York, crecí allí y lo conozco muy bien. Por lo tanto, me siento muy como en casa cada vez que piso sus calles. Lo que más hecho de menos es mi ducha (risas).

–España es el segundo país dispuesto a estrenar esta película... Como apuntaba Ortega, ¿Europa es la solución?

–Siempre, no sé por qué, he sido muy popular en Europa. Desde la primera película que hice en
1968, por algún motivo les encantó. En Francia, en Alemania, en Inglaterra, en España. Me considero muy afortunado porque toda mi vida en el mundo del cine siempre he tenido un seguimiento muy leal por toda Europa, Suramérica y Oriente Medio. Me parece que eso tiene que ver, en parte, porque mis películas han ganado algo con la traducción (risas).

–¿Alguna vez ha sido capaz de denostar a alguien profundamente por el sonido de su risa como le pasa al hermano de Gatsby o por cualquier otra característica irritable?

–¡Ay que gracia! Yo no. Pero verás, si que tengo un amigo que tenía un familiar que no quería casarse con la chica por la manera que tenía de reír. Decía que le desconectaba del mundo. Ella le encantaba, porque era realmente maravillosa, pero no soportaba su risa y siempre quise tomar una nota mental de esta especie de fobia para incluirla en alguna de mis películas.

–¿De qué forma diría que ha aprendido a relacionarse con el amor dentro de su cine?

–Con esperanza. Todavía hay espacio para el romanticismo. Eso es algo de lo que estoy completamente seguro. En todos los países, todo el mundo busca el romance con independencia del género al que pertenece. Nos encanta hablar de romances, implicarnos, vivirlos y mirarlos de cerca. Sin el romanticismo la existencia sería algo verdaderamente triste.


–¿La edad puede resultar un condicionante del deseo?

–¿En esta historia te refieres? (repregunta para dejar claro que su respuesta tendrá que ver con la película y no con su vida personal). Sin duda sí. Gatsby nunca ha tenido una relación buena con su madre por ejemplo y, sin embargo, cuando decide tener en cuenta su edad y empieza a analizar por qué se comporta de ese modo, se da cuenta de que su personalidad puede llegar a ser mucho más compleja de lo que él creía al principio. La edad siempre revela secretos.

–¿El tratamiento de la diferencia entre clases sociales presente en «Un día de lluvia en Nueva
York» es un reflejo fidedigno de lo que somos o más bien de lo que fuimos?

–Mmm, en el caso de Gatsby me interesaba mostrar eso que se conoce por el «clásico chico del Upper East Side», que vive en un entorno acaudalado, rodeado de una familia que tiene mucho dinero pero que sin embargo rechaza ese tipo de vida porque le resulta artificial. Él lo que quiere es ser un jugador póker y tocar el piano. Los hijos de las familias adineradas que conoce Gatsby son igual que él. Tienen toda clase de facilidades para ascender en la escala social de la vida y, sin embargo, lo rechazan porque prefieren no seguir lo que sus padres les dicen, ni convertirse en las personas que ellos quieren que sean. Desean hacer su propia vida en un entorno más complicado e interesante a través de profesiones y ocupaciones que también lo son. Por otro lado Alison, encaja dentro del prototipo de chica americana. Es la típica estudiante universitaria, ambiciosa, dulce, amable y que quiere hacer las cosas bien. Se ve un poco sorprendida por la presencia de los ídolos, los héroes del rock. Es ese tipo de chica que uno reconoce fácilmente en la universidad. El estatus de ambos se fusiona, se funde.

–Gatsby y Woody Allen...

–La única similitud que creo que existe es que a ambos nos encanta el Nueva York romántico a la antigua. Las canciones de antes, los «night clubs», las cafeterías donde la gente solía tocar el piano, cantar canciones... Es decir, todo ese sentimiento del Nueva York de antes. A veces me hubiera gustado vivir 20 o 30 años antes, pero después me pongo a pensar en el hecho de que no hubiera habido antibióticos y se me pasa. A Gatsby le gusta Nueva York cuando era diferente.

–¿Es cierto eso de que nos empeñamos constantemente en conseguir que las cosas salgan bien en el arte porque conseguirlo en la vida real es demasiado difícil? ¿Qué ha aportado la ficción a su vida?

– Estoy completamente de acuerdo con esto. En el arte puedo controlarlo todo y conseguir que todo suceda como a mí me gusta. He pasado toda mi vida haciendo películas como yo quería que fuesen y los personajes han actuado siempre del modo que yo necesitaba que lo hicieran. En la vida real eres una víctima total de la suerte, de la enfermedad, de tener un accidente con el coche, de que te rechace la gente o te traicione alguien. Hay guerras, epidemias. Es terrible. En cambio, en el cine, todo es totalmente distinto. Igual que los personajes de mis películas, preferiría existir en la ficción, pero lamentablemente existo en la vida real (risas).

–¿Qué tipo de director le hubiera gustado ser?

–Lo que me gustaría haber sido es un gran pianista de jazz, como Bud Powell. Eso es lo que me hubiera gustado. Habría sido estupendo tener ese talento, pero no lo tengo.

–¿El puritanismo y la extrema derecha bailan al mismo ritmo?

–El puritanismo y el fascismo son cosas diferentes. La extrema derecha es un fenómeno lamentable, que por ahora parece estar de moda pero, espero que viva muy poco. En cambio lo del puritanismo es algo que la extrema derecha sabe explotar muy bien mediáticamente. Vamos hacia una era políticamente correcta, puritana. Y eso está bien, no es tan terriblemente dañino, pero si se explota demasiado, puede llegar a convertirse en algo peligroso. Cualquier tipo de manifestación artística, por ejemplo, siempre se verá afectada negativamente por la extrema derecha y por su control estricto. El arte tiene que ser completamente libre, si no es así, tenemos un problema.
–Diría que después de toda una vida dedicada entre otras cosas al cine, ¿ha conseguido hacer «la película definitiva»? ¿Aquella a la que no es capaz de encontrar un «pero»? ¿O eso es algo que nunca se logra?

–No, no. Hago películas porque la gente está dispuesta a financiarlas. Si no estuvieran dispuestos a pagar por ellas, trabajaría en el teatro o me quedaría en casa escribiendo libros. Me gusta escribir sobre cualquier cosa y no necesariamente películas.

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