Aprendimos a hilar el equilibrio del vuelo, a nombrar la desnudez del
lenguaje, a leer los signos del agua. Aprendimos el beso y la ola, la
lengua y la lluvia, la piel y los huesos, el espacio y el instante, la roca
y el pétalo. Aprendimos la distancia.
Esbozamos alfabetos para
a b r i r
las ventanas del cuerpo de la noche.
Aprendimos las aves en las páginas de la luz. Aprendimos el silencio,
el alba, el azul, el blanco, la tierra, la lluvia, el viento. Pero sobre todo
aprendimos a desaprender. Aprendimos el inventario del vacío y
aprendimos una caricia volátil.
¿Pudimos entonces aprender la nada?
II
Hoy nombro tu cuerpo desde el desierto del tiempo.
III
Prometeo enamorado
Cada mañana el amor viene y me devora las entrañas.
IV
De silencio y niebla se urdió el grito
con el que socavo la estridente roca del tiempo.
De abismos están forjados los pétalos
de la flor turbia donde se precipitan mis días.
De cenizas se llenaron los párpados y la boca del árbol
que me elevó en las retinas de la luz.
Sin embargo, en la mudez de la hierba
subsiste un canto.
V
Violeta. Contigo descubrí que la poesía no es cumbre sino elevación.
Que las hojas son los dedos del árbol. Que las nubes son semillas
regadas en el pentagrama del viento. Que la boca es océano y las
manos son pájaros.
Mi patria eran tus senos
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