La conductora de televisión Montserrat Oliver posó con su novia para Vanity Fair y nos cuenta mas sobre ella:
Montserrat Oliver se revuelve en su cama. Ha pasado un año desde que murió su madre. El año 2014 fue el peor de todos. En poco tiempo murieron los tres pilares que la rodeaban: su madre —a la que toda la familia llamaba Yaya— y sus dos tías. Las imágenes de los ausentes nublan sus sueños. También el recuerdo de su primera Yaya, su abuela, con quien tenía una conexión especial. Piensa: “¿Será que estoy apagándome? ¿Será que la pasión me abandona?”. Montserrat cumple 50 años este mes y luce espectacular. Es una de las personalidades más reconocidas y predilectas de la televisión mexicana: su carrera como conductora, modelo, actriz y empresaria la ha convertido en el rostro de la audacia.
Las especulaciones sobre su preferencia sexual le han deparado algunos quebraderos de cabeza con la prensa rosa, pero nada de eso la ha detenido. El único desconsuelo real es la muerte de su madre, que la sumió en un estado de melancolía. Aquella noche, un año después de la tragedia, Montserrat cierra los ojos y empieza, casi inconscientemente, a hablar con su difunta madre: “No sé si haya otras vidas, pero si las hay, por favor, háblame, porque estoy realmente triste. Me quedé sola en el mundo. Siento que ya no tiene sentido estar aquí. Mamá, dime algo, mándame una señal, por favor”. Se despierta con pesadumbre y nostalgia. Revisa su celular. Hay un mensaje de WhatsApp de un número desconocido.—Hi, I’m Yaya. Observa extrañada la foto de perfil: es un oso polar. ¿Es una broma del destino? —Me quedé muy sorprendida. ¿Yaya? ¿Por qué alguien me escribe de pronto diciendo que se llama Yaya? La tal Yaya resultó ser Yaya Kosikova, una fotógrafa eslovaca que trabajaba en Planeta Foto y que había sido agregada a un chat común con Montserrat.
El motivo del chat era una reunión de fotógrafos en una exposición de Nueva York. Ambas estaban invitadas. Montserrat desconfía. Llega a Nueva York sin ganas de nada. La fiesta le abruma. Alguien se acerca por detrás y pronuncia las palabras anteriormente leídas: “Hi, I’m Yaya”. Se encuentra de frente con una modelo despampanante de 28 años, ojos azules, piernas largas y casi 1.80 metros de estatura. Trata de animarse, pero no es fácil. Yaya la nota incómoda y le propone salir. Allí, en el frío de la noche neoyorquina lanza su proposición: “Conozco un lugar especial para relajarse y descansar. Está en la costa de Long Island”.
Montserrat acepta el viaje. Unos días después alquilan un coche y llegan a una playa amplia y desolada en la aldea de Montauk. La costa está coronada por un faro rodeado de pequeñas colinas, un paraje bucólico que le resulta extrañamente familiar y que de a poco se va llenando de reminiscencias. Yaya le hace fotos sin parar. Montserrat luce afligida. Se sienta en un banco frente al mar. Yaya entiende que su amiga quiere estar sola. “Te espero en el café”, le dice señalando un hotel al otro lado de la playa. Se queda en silencio frente a las olas y, después de un rato, decide seguirla. Se sube al coche, arranca, y suena la radio. Es una de sus canciones preferidas: ‘Rapsodia sobre un tema de Paganini’, del compositor ruso Serguéi Rajmáninov. Es el tema principal de su película favorita: Somewhere in Time, la que tantas veces vio con su mamá y en la que aparecía una playa igual con un faro idéntico. —Me quedé de piedra. Todo aquello parecía preparado. Fue mágico. Yaya Kosikova se une a nuestra conversación y complementa los detalles de ese 7 de marzo de 2015. Se toman de la mano. “Parece que pasaron siglos”, ríen ambas, pero sólo es un año. “Ese día cambió nuestras vidas”.
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