martes, 29 de diciembre de 2015

Leyendas de Inmuebles  Históricos


 Antigua leyenda en las inmediaciones del Hospicio Cabañas en abril de 1860

Por Héctor Medina Varalta


 Como se apareció el diablo en Guadalajara
De acuerdo a la historiadora Elia García Pérez, a principios de la segunda década del siglo XIX, Servía a las órdenes del coronel Cristóbal Chávez, en el batallón de San Blas, un oficial que era un tanto entregado a los placeres de la vida galante, yendo una noche a una enigmática casa que, protegida por la oscuridad que reinaba en el barrio del Hospicio donde estaba situada. Sonaban las dos de la mañana en el reloj de Catedral, cuando el oficial con pasos indecisos salió de la finca y se encaminó rumbo al puente del Hospicio. Los árboles que se erguían  a un lado y otro de la alameda parecían colocados a propósito para aterrorizar al más valiente. A los pocos momentos de haber llegado al otro lado del río de San Juan de Dios, se detuvo de pronto como si despertara de un sueño abrumador.

 El niño abandonado

Habían pasado unos cuantos segundos, cuando el oficial oyó el sollozar tristísimo de un niño, que saliendo del fondo del río, sin pérdida de tiempo se dirigió al fondo del abismo para salvar al que creía un niño abandonado. En esa época crecían en abundancia los zarzales, en las agudas rocas que formaban el lecho del río y en el lugar donde salían los gemidos lastimeros, las ramas horizontales tejían una espesa red, que cubría por completo la boca del aquel negro y aterrador abismo.


De la ternura al horror

Como pudo, llegó al sitió en que se encontraba un niño recién nacido, en una pobre cesta de paja, y tomándola con cuidado emprendió la vuelta con muchos esfuerzos. Una vez en tierra se propuso examinar a la criatura, y como si el cielo quisiera venir en su auxilio, la luna salió en aquel momento, y pudo ver que lo que él creía un tierno infante, era nada menos que el demonio, que abriendo una horrible boca le enseñó los filosos colmillos, en tanto le hacía gestos con su rostro velludo de rugosas comisuras. El oficial pálido por el tremendo susto, arrojó la cesta al precipicios y huyó corriendo.

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