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viernes, 17 de diciembre de 2021

 


  • El pesimismo y los efectos de la crisis sanitaria que vive la población aún se refleja en la niñez y la adolescencia mexicana.
  • Aunque siguen creyendo en los ideales de siempre, tienen una percepción del mundo más negativa que otras generaciones, lo cual ha sido apuntalado por la pandemia.
  • Un niño que no cree en su entorno, vivirá con temores y podría tener una adolescencia complicada.
  • Por ello es necesario fomentar la ilusión por las fiestas de Fin de Año, basado en la unión familiar, la amistad y los lazos afectivos en general.
  • El Centro de Especialización de Estudios Psicológicos en la Infancia da a conocer un análisis al respecto.



Los niños menores de ocho de años creen principalmente en sus padres y en su entorno familiar y escolar, en sus maestros y en algunos casos, comienzan a admirar los símbolos patrios y porqué no decirlo, a los superhéroes y rock stars juveniles. Pero también les ilusiona la época navideña; creen en Santa Claus, los Reyes Magos, y en términos generales, piensan que la mayor parte de la gente es buena. Asimismo, tienen mucha ilusión de que están recobrando, poco a poco, su vida social y escolar.

 
En cambio los de nueve a 12 años de edad manifiestan que México tiene muchos problemas, empiezan a desconfiar de sus maestros y devalúan los símbolos patrios, pero continúan admirando con mayor vehemencia a los héroes de la pantalla grande, en historietas o estrellas musicales. Asimismo, desconfían de la situación sanitaria que aún vive el mundo (no le ven fin). Desconfían de los extraños y piensan que la mayoría de las personas no son buenas porque que pueden hacerles algo malo; sin embargo, para ellos la época navideña es buena, aunque la gran mayoría, ya no creen en Papá Noel ni en los Reyes. Asimismo, ya no confían tanto en sus padres.

 
A su vez, los adolescentes creen con mayor vehemencia en su grupo de amigos, en el noviazgo y de cierta manera en sus familiares, “pero lo que más desean es recuperar su libertad: tener clases presenciales normales y diarias, estar sin límites con sus amigos, y en sí mismo recuperar su vida social. Los adolescentes viven una etapa de depresión y frustración por los tiempos pandémicos que no terminan por irse”, explicó la Dra. Claudia Sotelo Arias, directora del Centro de Especialización de Estudios Psicológicos en la Infancia (CEEPI).

 
Todo lo anterior con base en estudios clínicos del CEEPI.

 
Es que la mente infantil no ha cambiado tanto en los últimos años. El juego, los ideales, los afectos, las ilusiones por el futuro, el entusiasmo por aprender, la capacidad de asombro, el creer en fechas emblemáticas como la Navidad o el Año Nuevo y tener confianza en los demás – principalmente en sus padres – son el resultado de tener una niñez sana, emocionalmente hablando.

 
Pero cuando los niños viven preocupados, frustrados o ansiosos, las creencias se transformarán en pesimismo o miedo irracional a perder a los seres queridos, lo cual genera una baja autoestima, hostilidad y agresión, situación que fue agudizada por la pandemia.

 
A decir de Sotelo Arias, los niños en términos generales calcan las creencias de su padres. “El pesimismo e incluso el catastrofismo que asumimos de la vida se verá reflejado de inmediato en nuestros hijos. Si no creemos en nada, los niños pequeños también creerán que viven en un mundo en donde a lo mejor nada vale la pena. Eso es nocivo porque más tarde podrían desarrollar trastornos emocionales: una niñez desconfiada dará como resultado a adultos hostiles y altamente egocéntricos. La pandemia en muchos casos potenció estos trastornos”, explicó.
 
 
Sostuvo que la realidad de los adultos no puede ser vivida de igual manera por los niños. “No se trata de mentirle a los niños, la idea es respetar esta etapa que está basada en creer. Si no lo hacemos tendremos adultos frustrados y en los que germinará la depresión y las conductas que conducen a la agresión. Es fundamental que los niños mantengan la ilusión en esta época de Navidad y de Fin de Año, porque simboliza, entre otras cosas, unión familiar y valores como el amor, la amistad, la confianza y la honestidad”, concluyó.
 
 
CEEPI con base en datos obtenidos en su clínica desprendió las siguientes conclusiones:
 
 
Niños menores de ocho años
 
  • Creen en sus padres principalmente.
  • Creen en sus escuela, en sus maestros y en los símbolos patrios.
  • Principalmente creen en un ser superior.
  • Les ilusiona creer en Santa Claus y en los Reyes Magos.
  • También creen que la mayoría de las personas son buenas: confían en el mundo que los rodea.
 
 
Los mayores de nueve años y hasta 12 de años de edad dejan de creer:
 
 
  • Manifestaron que México tiene muchos problemas.
  • Desconfían de sus maestros.
  • No le tienen confianza a los policías y comienzan a devaluar símbolos patrios.
  • Creen que Dios es bueno, pero de la Iglesia tienen algunas reservas: cerca del 60% de los niños entrevistados.
  • El restante 40% no tuvo una idea clara de lo que Dios o simplemente no creen.
  • En general son desconfiados del prójimo: conocidos, vecinos, gente que ven en la calle.
  • Tiene un muy mal concepto de los políticos en términos generales.
  • Creen en sus papás pero con sus reservas. Muchas veces observan que son incongruentes: por ejemplo, un padre que se dice responsable pero que falta mucho a su empleo y miente a sus jefes diciendo que está enfermo.
  • Saben que no seguir las reglas es malo, pero les divierte que sus padres lo hagan, algo así como “mi papá se pasa las reglas por el Arco del Triunfo”, lo cual constituye otra incongruencia.
  • Comienzan a pensar que la mayoría de la gente no es buena.
 
Adolescentes en general:

  • No les importa mucho los problemas de México ni la política.
  • Lo que más desean es recobrar su autonomía: ir a clases y estar con sus pares (relaciones de amistad)
  • Tiene mucha “fe” en las vacunas y quieren ser inoculados porque perciben que será como su llave para recobrar su vida social.
 
 
Cabe señalar que la información obtenida en la clínica de servicios psicológicos de CEEPI. No marcan tendencias ni opiniones sólo la percepción que tienen algunos niños y adolescentes en sesiones de juego y terapias psicológicas.

La niñez mexicana ahora no es tan optimista comparada con otras generaciones

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