Por ello, 62 millones de hectáreas, equivalentes al 31% del territorio mexicano son suelos degradados por la acidificación; 146 millones de hectáreas, que significan el 73% de los suelos nacionales no poseen capacidad de intercambio catiónico suficiente, lo que explica la poca eficiencia de la absorción de los fertilizantes de síntesis química. La reducción de la fertilidad de los suelos, obliga a la búsqueda de alternativas para restaurar y mantener la productividad.
Por eso México está obligado a entrar a la agricultura del futuro a través de la aplicación de nuevas tecnologías como la microbiología agrícola que permita la reactivación de los ciclos bioquímicos y el manejo fitosanitario de la tierra para mejorar la calidad y cantidad de producción de alimentos a menor costo productor.
“Urge una nueva forma de pensar, otra forma de hacer la agricultura, la mente no puede seguir encasillada en la aplicación de agroquímicos; es el momento de comprender la importancia de la fertilidad del suelo, la producción de alimentos sanos y construir el vínculo entre la ciencia y el desarrollo que con la creatividad de nuestros científicos mexicanos podemos caminar a reducir la dependencia de importaciones de granos como el maíz”.
En entrevista a medios y luego del curso denominado “Agricultura del Futuro basada en el conocimiento 2017”, el investigador indicó que ante renegociaciones de acuerdos trilaterales o bilaterales, las políticas de desarrollo agrícola en México deben ajustar sus marcos normativos institucionales como fortalecer el financiamiento, focalizar los apoyos al campo, incorporar la tecnología y la integración entre la ciencia, la producción, la capacitación y la sociedad rural a fin de no estar supeditados a los alimentos del extranjero.
Indicó que el conocimiento es igual a independencia alimentaria porque el modelo de revolución verde ya demostró su declive y es momento de hacer llegar estos nuevos modelos de producción agropecuaria en todo el país como ha sucedido en el Valle del Mezquital y ya se trabaja en entidades como Jalisco, Michoacán y Sonora.
Detalló que la capacitación de un productor lleva a la independencia desde el consumo de insumos hasta la producción final de ahí la necesidad de utilizar la microbiología del suelo.
Admitió que los corporativos internacionales seguirán haciendo sus inversiones pero ante la crisis que se vive en el campo de altos costos en los insumos y la crítica en torno de la renegociación del TLCAN obligará al campesino a hacer uso de sus recursos locales lo que permitirá un proceso de independencia agropecuaria principalmente en el sector social que es quien tendrá la capacidad de producir los alimentos que los mexicanos necesitamos.
Este esfuerzo desarrollado está orientado a avanzar en la solución de problemas estructurales que padece el productor agrícola, como por ejemplo, en Hidalgo, es una estrategia alterna al paliativo insuficiente, ineficiente e inoportuno que se ofrece en los programas gubernamentales.
Se ha venido construyendo una estrategia de desarrollo rural que da confianza a los productores agrícolas, que orienta las prácticas agrícolas, que integra a las Instituciones de Investigación y a sus investigadores, que fortalece la extensión y la transferencia tecnológica en el medio rural con alta tasa de creatividad y fuerte participación de los productores.
La lección que ofrece esta experiencia en el Valle del Mezquital invita a que en el futuro se intensifiquen los trabajos en la microbiología agrícola como una vía para la reactivación de los ciclos biogeoquímicos y el manejo fitosanitario; la incorporación de materia orgánica debe ser una práctica de largo plazo, así como la incorporación de minerales no metálicos. Todo ello apoyado de resultados de laboratorio, precisó el investigador.
El intercambio de experiencias como esta debe ser un elemento para orientar las políticas de desarrollo agrícola las cuales deben ajustar los marcos normativos institucionales, fortalecer el acceso al financiamiento, focalizar los apoyos al campo que aceleren las transformaciones productivas y de inversión, la tecnología y la integración entre la ciencia, la producción y la sociedad rural, así como la capacitación.
Esta experiencia, dijo finalmente, abre las puertas para que las instituciones de investigación incorporen en sus agendas la solución ambiental y tecnológica a la producción agrícola, particularmente ante los impactos del cambio climático.