Regresando a nuestro mantra popular mexicano “que se te haga la boca chicharrón” podemos imaginarnos a las vecinas diciendo imprudencias y alguna de ellas interrumpiendo, diciendo “no amiga, “que se te haga la boca chicharrón”. Los caballeros no se salvan, también se escucha entre compadres, amigos, colegas y camaradas de trabajo.
Pero ¿cuál es el espacio particular donde circula este enunciado?, ¿cuándo es el momento preciso para aplicarlo y a quién?, ¿cómo se gesta en la vida social de las personas?, ¿cuándo y cómo se inventó? y ¿quién lo uso por primera vez? Hay muchas cosas que no sabemos y meternos en disputas históricas no lleva al fin de este cometido. La sabiduría social gesta el enunciado en el momento preciso. Por ejemplo, si manejas mal y el copiloto te dice “vas a chocar”, de inmediato sale la exclamación ¡qué se te haga la boca chicharrón! Las comadres se dicen “oye no he visto a don Fulgencio, y una responde no se habrá muerto, y la otra revira con un: “cállate, que se te haga la boca chicharrón”.
Partimos de situaciones hipotéticas de que algo malo va a suceder y la expresión surge de manera espontánea en nuestras vidas diarias como un mantra coloquial para evitar el mal. Como apreciamos es una fuerte y tronadora frase como el chicharrón mismo que expresa que los deseos o pensamientos del otro no se hagan realidad. La real academia de la lengua española (RAE) dice que únicamente se aplica en México. Así que nuestros amigos gachupines jamás se imaginaron que el cerdo, su piel, la gastronomía y el lenguaje cotidiano fueran a tener tan fuerte repercusión en el consumo alimenticio y lingüístico de nuestra vida social y colectiva.
“Y para todas esas personas que construyen momentos e hipótesis de negatividad de la vida, ya saben qué frase aplicar. Con esto me marcho discretamente y que vengan tiempos mejores siempre” |