POR ALFREDO ARNOLD MORALES
Académico de la Universidad Autónoma de Guadalajara
La ciudad de Hiroshima tenía 347 años de haber sido fundada cuando, en 1945 la bomba atómica la destruyó en sólo segundos. Once años tardaron en construir las Torres Gemelas de Nueva York y en menos de una hora fueron reducidas a escombro tras los atentados de septiembre 2001. La capital de México se transformó a partir de 1521, secaron el lago que la rodeaba en la época prehispánica, trazaron avenidas y fueron surgiendo magníficas construcciones que le dieron fama de “ciudad de los palacios”; pero gran parte de ese esplendor conseguido a lo largo de 464 años, se esfumó en los breves minutos que duraron los sismos de 1985.
Estos son tan sólo unos ejemplos de lo difícil que es construir algo y lo fácil que resulta destruirlo.
Una afición que compartíamos varios amigos de la infancia era la de hacer castillos, fortalezas y diferentes figuras de arena en las playas de Mazatlán; ya se imaginarán la frustración que sentíamos cuando una ola avanzaba unos metros de más en la playa inundando aquellas obras de arte.
En el escenario de crisis sanitaria que padece el mundo a causa del Covid-19 nos da miedo perder muchas cosas que hemos construido a lo largo de años; desde la salud y la vida, hasta el empleo, los ahorros y la estabilidad, cosas que son fruto del esfuerzo personal o de la acción solidaria de la familia y de la nación.
Hace cinco años tuve el agrado de entrevistar a Enrique de la Madrid Cordero, que a la sazón era el director del Banco Nacional de Comercio Exterior. Su tema era la sorprendente transformación de la economía mexicana, al pasar de la debacle petrolera de los años ochentas, que por cierto tocó fondo en el sexenio de su padre, hasta convertirse México en uno de los países manufactureros y exportadores más importantes del mundo. Crecieron exponencialmente las reservas monetarias, la inversión extranjera y los indicadores de educación, salud, empleo, vivienda, infraestructura, democracia, etcétera.
También creció la desigualdad y “florecieron” otros problemas que hoy sin lugar a dudas se deben desterrar, pero es necesario asegurarnos de que no se destruya lo que resultó ser bueno –en lo material y en lo anímico– porque volver a construirlo llevaría años, quizás una generación entera.
Fonéticamente se parecen los dos verbos: “Construir” y “Destruir”, pero sus significados y consecuencias son tremendamente distintos, son antónimos, están el uno contra el otro. Captemos la diferencia.
0 Comments:
Publicar un comentario