viernes, 1 de septiembre de 2017

Estrenan Inés de Tavira y Alexandro Guerrero “Y después del silencio” en El círculo teatral


En orden de aparición: un teléfono, una mesera y un hombre. Todos enmarcados en una espera, durante la celebración de la fiesta nacional de un país, cualquiera. Esa es la descripción más sencilla de “Y después del silencio”, adaptación libre de la obra “El bufón”, del dramaturgo polaco de corte contemporáneo Rafal Maciag.

“Y después del silencio” es dirigida, producida y protagonizada por Inés de Tavira y Alexandro Guerrero con Mario Marín del Río como responsable del vestuario, Lydia Margules en la iluminación y David Negrete como coreógrafo. La obra se estrenó el pasado fin de semana, y tendrá funciones los viernes a las 20:30 horas, los sábados a las 19:00 horas y los domingos a las 18:00 horas, en breve temporada.
 
“Se trata de una pieza tragicómica en un solo acto, a partir de un texto que conocimos gracias a una selección que hizo Ludwik Margules, en uno de estos primeros compilados de Editorial El Milagro de teatro polaco contemporáneo. La pieza es de uno de los dramaturgos de finales de los 80 y todos los 90 que, principalmente con su obra “El diablo”, puso el dedo en la llaga respecto a lo que pasó con la caída de La cortina de hierro o El Muro de Berlín, con personajes que tienen una locura social, un universo moral muy crítico respecto a la realidad inmediata de los ciudadanos, de su relación con el poder y de la forma en que la soledad crece en cierto tipo  de estados, no necesariamente socialistas, comunistas o capitalistas o neoliberales”, dice Guerrero.

De acuerdo con el actor la pieza muestra el encuentro de dos personajes que aparentemente no tienen nada en común, durante la fiesta nacional de ese país. “Se encuentran porque ella no tiene más vida que estar o viendo la televisión o sirviendo mesas en ese café o barra marginal; él tuvo un pasado en que fue coartado de su libertad, fue sacado de la escena pública porque atentó contra los intereses del Estado a su nivel más alto, después de formar parte de esta misma maquinaria”.

Este personaje exige del actor un profundo trabajo de introspección, “muchos desdoblamientos de la personalidad porque no se plantea en términos realistas como un esquizofrénico que oye voces nada más. Al mismo tiempo este tono tragicómico permite que no se vuelva solemne un discurso constante en una verborrea sobre su pasado, su infancia. Por una parte es muy complejo y muy difícil de sostener por el ritmo por los desdoblamientos, por todas las imágenes que él trae en presente”.

“La condición de la espera es muy importante para este personaje que tiene una reflexión crítica muy importante, pero que ya después de todo lo que transitó en esta historia terrible, la locura ha sido la forma en que él ha podido sobrevivir y la que lo tiene en el momento presente de la obra, en este espacio, en esta barra en donde él piensa que ese día va a cambiar la historia porque está esperando a alguien muy importante para ajustar cuentas. La mesera es al mismo tiempo la testigo, la rehén. Se convierten en muchas cosas y en muchas posibilidades ambos personajes, se desdoblan en varios aspectos tanto psicológicos como simbólicos y bueno el conflicto termina desembocando en una y otra visión de la realidad, pero de la realidad más inverosímil”.
 
De acuerdo con Guerrero esta obra es, estrictamente, un ejercicio estético con un discurso muy fuerte y “sí, claro es política pero lo que me llama más la atención es que de pronto, hablando del día de la Patria, las funciones coincidirán con los festejos mexicanos y me tocará decir sobre el escenario hoy es el día de la fiesta, en un contexto político, económico y social que no nos es ajeno”.

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