- El quinto filme de Zaza Urushadze es una oda al humanismo y al sentido común por encima de los absurdos de la guerra
Durante la guerra civil georgiana, en la región separatista de Abjasia, un peculiar migrante, Ivo, se ha quedado rezagado después del éxodo de sus compatriotas con la intención de cosechar sus cultivos de mandarinas. Parece que el negocio irá bien y con total calma en compañía de su vecino, pero pronto el conflicto bélico tocará en su puerta.
De esa manera, Mandarinas (Mandariinid, 2013) cuestiona las ideas que promueven y causan las guerras. Luego de su exhibición en la 60 Muestra Internacional de Cine, el quinto largometraje de Zaza Urushadze regresa a la cartelera de la Cineteca Nacional a partir del domingo 31 de julio.
Ambientada en los albores de los años noventa, la historia de Ivo se desencadena cuando éste encuentra y trata de ayudar a dos soldados heridos, uno checheno —mercenario contratado por las fuerzas abjasias— y el otro georgiano. Ambos tendrán que compartir techo e Ivo buscará la manera de que no se maten entre ellos y de que no pongan en peligro su propia vida por haberles salvado.
Con una narración lineal y en apariencia simple, el realizador escudriña los rostros de estos seres humanos elementales en el marco de las tareas domésticas como cortar leña, preparar té, calentarse a la lumbre o comer juntos entre escasas, duras y desconfiadas palabras. Así, el director se vale de un marco sencillo y austero para transmitir un mensaje claramente pacifista.
De origen georgiano, Zaza Urushadze, actual director del Centro Cinematográfico Nacional de Georgia, es un realizador prácticamente desconocido fuera de su país. Comenzó a hacer cine poco después de la independencia georgiana y este es su quinto largometraje.
En Mandarinas trata de equilibrar recursos narrativos del cine convencional, con un ritmo lento que permite que la trama y los personajes se vayan desarrollando sin concesiones.
En entrevista para el diario El País, Urushadze comentó que tuvo la idea de realizar este filme mientras se encontraba en un evento cinematográfico que se celebra anualmente en Estonia: “Allí, conocí a un productor que me contó la historia de los estonios que desde hace más de 150 años vivían en la región de Abjasia, hasta que surgió el conflicto en los años noventa y tuvieron que irse. Entonces surgió la idea de hacer este proyecto, de contar una historia con el conflicto de Abjasia como telón de fondo”, aseguró.
En ese sentido, el crítico de la La Jornada Carlos Bonfil resaltó el mensaje multifacético del filme, que es una doble crítica hacia la política local y hacia las vertientes de cualquier conflicto armado: "Mandarinas no es solamente una parábola pacifista, sino una melancólica meditación sobre el desmembramiento de una nación, la pérdida de identidades y la difícil fraternidad de los contrarios".
La excelente fotografía de Rein Kotov, otro artista veterano desconocido que empezó en el cine tras la independencia de Estonia del bloque soviético, resalta la belleza del paisaje como acento del contexto en el cual el conflicto ocurre, sin caer en el facilismo de la postal turística. La belleza visual, acompañada de la música de Niaz Diasamidze, destaca el drama que se desenvuelve en la cinta.
El poder y carisma de las actuaciones también contribuyen a inyectarle vida al trabajo, con actores como el legendario estonio Lembit Ulfsak —Ivo— que imprime a sus actos un aspecto paternal y duro al mismo tiempo. La combinación de estos elementos resulta en una obra conmovedora que crea, incluso para los que están familiarizados con el género, un auténtico ambiente de tensión.
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