Segunda parte
Por Héctor Medina Varalta
La participación del Estado mexicano en la conservación y protección de los monumentos arqueológicos fue más evidente en el nuevo orden social surgido de la Revolución Mexicana de 1910, al considerar de utilidad pública esa actividad. Hacia 1934 se precisó monumentos a bienes muebles e inmuebles, tales como: códices, manuscritos y otros documentos “raros” o excepcionalmente valiosos, restos de habitaciones prehistóricas o cualquier estructura arquitectónica, entre otras cosas más de interés público, por su valor artístico, arqueológico o histórico. (…) A lo largo del siglo XX, los museos de México han desempeñado el papel de difusores y conservadores de los vestigios culturales, y han contribuido en el proyecto de la cultura nacional, a la conservación de la sociedad mexicana; y no obstante de haber crecido a la sombra de proyecto0s políticos culturales y de educación, los museos han colaborado a través de las enseñanzas de la historia de México a la creación y fortalecimiento del sentimiento del pasado común de la sociedad mexicana.
Apoyo cultural de parte de los trabajadores del museo
Retomando el discurso de Rafael García: Quiero mencionar que el Museo Regional de Guadalajara ha sido muy importante para nosotros y para los que están aquí presentes, porque tienen el deseo de conocer nuestra cultura. En su momento, el museo fue tan importante, que se instituyó en la Escuela Normal de Jalisco donde fui catedrático durante 34 años, instituimos que todo futuro maestro normalista viniera al Museo Regional de Guadalajara para complementar sus estudios, y a su vez a los grupos escolares que, en aquel tiempo eran muchos los que visitaban el museo para complementar sus estudios. Incluso, muchos maestros se titularon con su documento recepcional que llevaba como título “El Museo Regional de Guadalajara como apoyo didáctico”, porque efectivamente si uno veía a cada una de las salas, era para abrevar lo que es nuestra cultura, conocer la historia y tantos personajes. Las personas y compañeros jubilados que externaron su opinión comentan cómo les daba gusto que al llegar las personas y explicarles a cada una de las salas a las que les correspondía, se quedaban insatisfechos porque daban las gracias de que el conocimiento que se tenía y el conocimiento que llevaban los visitantes.
Los museos han desempeñado el papel de difusores
Desafortunadamente, en la actualidad, el Museo Regional de Guadalajara deja mucho que desear en lo que en su tiempo fue el Gran Museo Regional de Guadalajara. Quiero terminar mi ponencia con algo que escribió la maestra Guillermina Sánchez: “A lo largo del presente siglo XX los museos de México han desempeñado el papel de difusores y conservadores de los vestigios culturales y han contribuido en el proyecto de la cultura nacional a la integración de la sociedad mexicana, y no obstante de haber crecido a la sombra de proyectos políticos, culturales y de educación, los museos han colaborado a través de las enseñanzas de la historia de México, a la creación y fortalecimiento del sentimiento del pasado común de la sociedad mexicana.” Muchísimas gracias por escucharme.
El proceso de la cultura
En seguida, el presbítero Tomás de Hijar una de las grandes voces autorizadas de esta ciudad se le concedió el uso de la palabra, citando unas palabras del columnista Enrique Gascón: “Resulta más fácil culpar al pasado y a los demás que intentar arreglar los problemas del presente, esta frase contextualiza un debate que no sabemos en que vaya a a parar, pero está en la lista de la opinión pública. Desde hace unos días he querido comenzar mi participación en este acto donde se le da la bienvenida a un documento que, además de rescatar siete capítulos de un trabajo que acompañó el 75 aniversario de esta institución, se redondea ahora con otros nueve incluyendo un anexo donde él que quiera podrá tener una fuente donde recurrir para enterarse de cómo en este espacio a mediados del siglo XVIII-el siglo ilustrado- hasta nuestros días la cultura ha tenido, un cauce al menos en tres grandes etapas, ya que quienes me antecedieron en el uso de la palabra se han encargado de presentar a grandes pinceladas las cualidades peculiares de este trabajo que haya sido fruto de quienes laboran en esta institución; y se sintieron involucrados en el proceso de su primer centenario. Permítanme entonces dedicarme a un principal planteamiento, el del proceso de la cultura.
Semillero educativo, plantel levítico, escuela de educación media y Liceo del Estado
Si nos valemos de una analogía que sirve para muchas cosas: un árbol con sus raíces hundidas en el suelo, con su tallo, su tronco, sus ramas, su follaje, sus flores y su fruto; podríamos decir que eso ha sido este espacio desde hace 250 largos años y claro, si pudiéramos tener, no hay más que darse a la tarea de investigar los huecos y los vacíos de información que aún no se han rescatado; una cronología de los usos de este edificio, creo que no faltaría ninguno de los que han engarzado la historia del pueblo de México, no desde hace 500 años sino desde que ha sido posible rastrear evidencias de vida humana, y aún de vida en formas de las que ya han quedado vestigios porque ya no existen. Este proceso del árbol de la analogía de la que me estoy valiendo exige, sin embargo, algo tan insignificante y tan simple al principio como lo es una semilla y después un subsuelo favorable para alentar el desarrollo de ese proceso biológico y luego la madurez que implica dar fruto. Y creo que esa circunstancia le ha permitido a este inmueble, pasar de ser entonces un plantel educativo en los tiempos neogallegos; un plantel levítico hasta 1868: una escuela de educación media superior y también el Liceo del Estado, asimismo biblioteca pública del Estado y finalmente, cuando poco faltó para que nada nos quedara ni el recuerdo porque, entre otras cosas que se entera uno con pena, había intenciones de demolerlo para especular con el subsuelo, en una zona hoy casi abandonada, pero en ese tiempo muy apetecible la zona centro de la capital de Jalisco, que de eso la salvara Ixca Farías y que justamente al tiempo en el que se evita su desaparición como monumento, como inmueble patrimonial, se convirtiera también en depósito de un acervo y de unas colecciones que se fueron enriqueciendo de muchas formas.
La cultura está, en parte, secuestrada
Al principio fue el exfolio de los templos y de los conventos que, en 1914 se convirtieron en cuarteles y después en un recinto donde la educación artística y la cultura se dieron cita en procesos generosos y sostenidos, incluso en tiempos de gran austeridad o en tiempos de nacionalismo exacerbado o en otros donde las vanguardias se dieron cita para ir extendiendo eso que de forma tan vigorosa que podríamos denominar la cultura jalisciense. Los distintos momentos de esta institución al calor del primer centenario de haberse creado, podamos ahora tenerlos atrapados en letras de molde en una edición que, como nos explicaba don Antonio Núñez pudiera cuestionarse en términos editoriales, no podríamos decir lo mismo en términos de intención y de fondo porque en última instancia como fuente y como documento si permite rescatar de lo que, en los últimos años ha terminado siendo la cultura para instituciones que la tienen de rehén o en parte secuestrada; algo así como el pretexto para medrar o para justificar acciones que no son honorables y que no tendrán que pasar a la posteridad sino como triquiñuelas, como desviaciones del sentido y del rumbo. Quiero. Y este es el comentario con el que aterrizo mi participación en este acto poner a consideración de ustedes la responsabilidad que nos deja ser ahora los beneficiarios, los custodios, los administradores de un acervo, que incluye el lugar donde se encuentran las colecciones, el equipo que las administra, los recursos que se invierten para eso. Y claro, el beneficio que obtiene la comunidad cuando cada quien hace lo que le corresponde de forma congruente, seria y propositiva.
Paseo Fray Antonio Alcalde
Lo que hoy tiene como acervo el Museo Regional de Guadalajara son: historia, arte y patrimonio que a 100 años de su nacimiento en las circunstancias en las que este se dio en un proceso tan convulso como terminó siendo lo que de forma benévola llamamos Revolución Mexicana. Que podríamos reducirla a movimiento armado y seríamos injustos ciertamente, pero encasillarnos en el paradigma nacionalista del siglo pasado, tampoco podríamos ya sostenerlo con el fervor y el entusiasmo con el que se le dio culto por mucho tiempo. Digo que esta institución nacida, pues, al calor fragoroso de la Revolución Mexicana en 1918, siga viva y tenga tanto que contarnos que ha de ser un acicate para que la comunidad política por excelencia, el pueblo recupere su museo y aproveche la oportunidad que sí le da el trazo humano del Paseo Fray Antonio Alcalde y la ubicación estratégica en la cruz de plazas para que le dé un sentido a lo que podríamos denominar a secas el oficio de la memoria y de la identidad. En el marco del centenario del Museo Regional de Guadalajara, un equipo plural de personas interesadas en el tema que nos autodenominamos crítica y memoria nos propusimos ciertamente que, la efeméride fuera el pretexto para que pudiéramos armar una serie de proyectos en los que pudimos justificar lo que argumenté. Este libro no forma parte de las propuestas de crítica y memoria que fueron, más que nada, conferencias y mesas de trabajo. Pero tampoco está descontextualizado de eso.
Las raíces del árbol del que somos fruto
Y debo reconocer la participación del Dr. Rafael Sandoval, tanto para lo uno como para lo otro, las celebración del centenario desde este grupo, este colectivo. La producción de este libro tiene la misma matriz: la participación de no seguirnos escudando en el quehacer protagónico que tiene el gobierno en cuanto el derecho a lo que la cultura respecta y lo que tiene que venir como resultado de eso por parte de quienes tenemos conciencia de nuestra responsabilidad en la salvaguarda, en la tutela, la divulgación, el mantenimiento del patrimonio cultural. Ojalá y esfuerzos como este sirvan para que se fortalezcan las raíces del árbol del que somos fruto, y que cobrando esa conciencia ciudadana y esa responsabilidad compartida, en lugar de convertir la historia en un pasadizo de situaciones aventuradas como en ese juego que todos, seguramente en la infancia utilizamos: las serpientes y escaleras, que la historia nos dé sentido, dirección, rumbo, identidad y pertenencia. Felicito, pues, a todos los que hicieron posible esta obra: al Dr. Rafael Sandoval, y mi reconocimiento y mis respetos para Verónica Azucena Banda Santoyo, Martha Judith Fuentes Arellano, Javier Arturo Zúñiga Torres con los que tuve la fortuna y el gusto de coincidir en este proyecto de la celebración del Centenario y con mis compañeros de Crítica y Memoria de los que tanto aprendí en este proceso en el que invertimos tanto tiempo y esfuerzos. Muchas gracias.
Por último, se les entregaron a los ponentes sus respectivos reconocimientos por su participación en como comentaristas en la presentación del libro Museo Regional 100 años de difusión cultural.
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